Una voz de alarma por las abejas

Fredy Alvarado Roberto*

Paola González Vanegas*

*Estudiantes Posgrado INECOL  A.C

Las abejas aparecieron en el planeta hace aproximadamente 100 millones de años y al igual que las hormigas, descienden de las avispas. Se creé que las primeras abejas se alimentaron accidentalmente del polen que cubría alguna de sus presas y gradualmente comenzaron a alimentar a sus crías con polen en lugar de insectos. 

Debido a su historia evolutiva, se encuentran en todos los continentes donde hay plantas con flores (Angiospermas) excepto en la fría Antártida donde no encontramos ni flores ni abejas.

Aunque se les relaciona como un grupo de insectos sociales, la mayoría de las especies de abejas son solitarias, es decir no forman colonias. Sin embargo; la especie más emblemática, la abeja domestica (Apis mellifera) una de las 20 mil especies de abejas conocidas, es un insecto social que vive en colonias incluso de miles de individuos formados por la reina y las obreras. Las abejas se alimentan de néctar y usan el polen como principal fuente de energía para sus larvas.  Precisamente a partir del néctar y gracias a una enzima que las abejas tienen en su saliva pueden producir miel; la cual almacenan como reserva en la colmena y les sirve de alimento para tiempos difíciles.

Nuestra relación con las abejas, se presume inicio hace aproximadamente 12.000 años, según pinturas rupestres del mesolítico encontradas en la cueva de la araña (España). En estas se observan escenas de recolección de miel. Sin embargo, registros históricos sugieren que los primeros apicultores aparecieron hace aproximadamente 7000 años, cuando comprendieron como controlar las abejas y sus colonias. A lo largo de la historia muchos pueblos han documentado nuestra relación con las abejas. Es así como los antiguos egipcios descubrieron su uso antiséptico al conservar cadáveres dentro de recipientes con miel, así como su utilización para sanar heridas. Los antiguos griegos y romanos practicaron la apicultura (cría de abejas para la obtención de productos de uso humano) y registraron varios usos (medicinales y culinarios) del polen, la miel y la cera obtenida de las colmenas. 

En América, antes de la llegada de los españoles en el siglo XV, no existían las distintas especies del género Apis. Sin embargo, las culturas establecidas en la zona interactuaron con las abejas sin aguijón, también llamadas meliponas. Por más de mil años antiguas culturas meso americanas, comercializaron y usaron como tributo la miel y la cera producidas por estas abejas. Se usaba la miel para la elaboración del Balche, una bebida fermentada a base de flores de leguminosas (Lonchocarpus longistylus) y agua; bebida ampliamente utilizada en los rituales religiosos y ceremoniales en tiempos prehispánicos. En la actualidad, las comunidades indígenas del sur de México continúan con las prácticas de manejo de las abejas sin aguijón (maya: xunáan kaabMelipona becheii).

No obstante, la miel y otros productos apícolas (ej. cera y polen) no son el único beneficio que obtenemos de las abejas. Estos insectos cumplen una trascendental función como polinizadores de muchas especies de árboles, arbustos y hierbas que sirven para la alimentación humana o para la industria.  Se estima que las abejas polinizan cerca del 75 % de los cultivos destinados para la alimentación. Lo cual equivale a una tercera parte de lo que consumimos a diario (ej. cereales, frutas y verduras). Según científicos, los servicios que suministran las abejas a la agricultura global, podrían estar valorados en cerca de doscientos mil millones de dólares por año, una cifra sorprendente que nos da una idea de lo importantes que son las abejas y otros polinizadores para nuestra vida cotidiana.

A pesar de la importante función ecológica y económica que las poblaciones de abejas silvestres y domesticas desempeñan en nuestro beneficio, recientemente se ha prendido una luz de alarma a nivel mundial. Desde el año 2006, los apicultores de Estados Unidos y Europa han venido documentando una inusual mortandad de abejas domésticas (Apis mellifera), relacionada con el denominado “síndrome de despoblamiento de colonias”. El cual se caracteriza por la desaparición masiva de abejas obreras. Afectando el establecimiento de colonias viables, conllevando a un aumento en la demanda de polinizadores, mientras se reduce la oferta de los mismos tanto nivel local como regional.  Asimismo, en los últimos 20 años se ha registrado la disminución en las poblaciones de al menos cuatro especies de abejorros nativos de Norteamérica. Probablemente por las mismas causas que están afectando a las abejas domésticas. Un ejemplo muy lamentable sucedió en Oregón (EUA) en octubre de este año, donde alrededor de 50,000 abejorros murieron por causa de un pesticida.

Esta crisis de los polinizadores, como ha sido nombrada; se le ha atribuido a varios problemas ambientales contemporáneos, que incluyen el uso incontrolado de pesticidas, fungicidas, herbicidas, abonos químicos, así como la invasión de parásitos y hongos que están llevando al colapso de las colonias domésticas en distintas partes del planeta. Sin embargo,  aún  existen muchas incógnitas por resolver. Si bien, las colonias de las abejas melíferas y abejorros destinados a polinizar nuestros cultivos, están disminuyendo, no sabemos aún que está pasando con las abejas nativas.  Tampoco conocemos que está pasando con las abejas en los países tropicales, ni el impacto que puede tener las abejas invasoras como la abeja doméstica y la abeja africana sobre las abejas nativas.

Esta problemática apenas comienza a tomar importancia y podría conducir a una inevitable crisis alimentaria de escala global, ocasionada por la acelerada mortandad de abejas y otros polinizadores. No obstante, debido a la falta de investigaciones en países tropicales, tanto de las especies de abejas silvestres como de la domestica (Apis mellifera), se desconoce el alcance real de este problema tanto a nivel local como regional. Debemos ser conscientes que esta crisis de los polinizadores, está siendo ocasionada por nuestras prácticas agrícolas intensivas que un lugar de garantizar el suministro de alimentos, lo ponen en riesgo para las generaciones futuras por no ser sustentables. 

En este contexto, se requieren cambios políticos, sociales, económicos y culturales, que permitan afrontar de manera clara la crisis de los polinizadores. Así mismo, se requiere una mayor producción y diversificación vegetal que mejore los recursos florales disponibles para los polinizadores, mientras se conservan las áreas forestales disponibles. Recientes investigaciones sugieren la necesidad de incentivar prácticas agrícolas que reduzcan al máximo el uso de plaguicidas y químicos potencialmente tóxicos para las abejas como una medida de protección para este grupo de insectos. En resumen, es claro que la producción de alimentos depende cada vez más de los polinizadores y si queremos evitar problemas en la seguridad alimentaria debemos empezar por proteger las distintas formas de vida con las cuales convivimos en “nuestro” planeta.

“Las abejas aparecieron en el planeta tierra 99 millones de años antes que nosotros, por esta razón debemos garantizar su supervivencia y continuidad, lo cual indudablemente influirá en nuestro propio futuro.”